lunes, 7 de mayo de 2012

El niño, sujeto de aprendizaje: todos iguales y todos diferentes

Es un hecho inherente a la condición humana la existencia de diferencias individuales a la hora de aprender. Niños, jóvenes o adultos se diferencian notablemente en aspectos tales como las preferencias a la hora de aprender unos contenidos u otros; en cuanto a la dedicación, esfuerzo o atención que se pone en las tareas a aprender; en cuanto a la rapidez por transferir lo aprendido de un área a otra o a la cantidad de repeticiones necesarias para consolidar o retener un aprendizaje... por citar sólo algunas de las dimensiones en las que aparecen tales diferencias.
Tradicionalmente la escuela ha enfatizado algunas de estas diferencias, en especial la capacidad para aprender, y ha prestado muchísima menos atención a las diferencias de motivaciones e intereses, olvidando la interdependencia de los tres factores en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Evidentemente es un hecho que los alumnos se diferencian progresivamente en cuanto a su capacidad para aprender. Las diferencias individuales en este sentido son considerables y frecuentes en esta etapa, pero también es cierto que existen amplios márgenes de tiempo para que se adquieran determinados aprendizajes.
También varían los niños y niñas en cuanto a su motivación e interés por aprender, un complejo proceso que condiciona en buena medida la capacidad de aprendizaje. Lo importante a resaltar es que esta motivación depende en gran medida de que las tareas que se les propongan  sean atractivas y novedosas, que estén “ajustadas” a sus posibilidades -ni muy fáciles ni muy difíciles-, y que sirvan para reforzar poco a poco su autoestima. En definitiva, factores todos ellos dependientes de la acción educativa y controlables por el profesorado, que, por supuesto, debe acompañar el trabajo de los niños y niñas con la atención y el refuerzo social que todos le van a solicitar.
En definitiva, los niños poseen unos atributos que los diferencian de sus iguales y que, con vistas al aprendizaje, lo individualizan de los otros, ya que a su vez este aprendizaje se produce en cada niño de forma singular, en función de las interacciones particulares que establece con el entorno, los adultos y sus iguales. No cabe duda de que tales diferencias hacen difícil la tarea de enseñar, pues no es fácil alcanzar el equilibrio entro lo que debe ser igual para todos los alumnos (en términos de experiencias y contenidos de aprendizaje), para evitar discriminaciones de cualquier tipo, y lo que debe ser individual y diferente para cada cual (de acuerdo con sus particulares capacidades, intereses o motivaciones).
Pero, afortunadamente, los niños también poseen unos atributos que los asemejan a sus iguales (la regularidad en el desarrollo de las capacidades básicas y las leyes que rigen su aprendizaje y, por tanto, su desarrollo; los mismos usos, costumbres y tradiciones sociales...). Estas características comunes ofrecen al educador un marco general e indispensable para desarrollar una programación razonablemente común para todo el grupo (qué, cómo y cuándo enseñar y evaluar) y hacer factible, en último término, el proceso de enseñanza y aprendizaje del alumnado.
Así pues, se puede concluir que niños y niñas aparentemente iguales en edad cronológica, nivel de desarrollo y situación socio-familiar, tienen características individuales que los diferencian. En una misma situación educativa participarán según sus peculiaridades. Este hecho debe llevar al profesor a mostrarse atento a las indicaciones del niño, “adaptándose” a sus capacidades, preferencias y motivaciones, y a planificar las adaptaciones más adecuadas para cada uno, partiendo de la programación que previamente ha establecido, en función de las características comunes de sus alumnos.

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