Es un hecho inherente a la condición humana la existencia de diferencias
individuales a la hora de aprender. Niños, jóvenes o adultos
se diferencian notablemente en aspectos tales como las preferencias a la
hora de aprender unos contenidos u otros; en cuanto a la dedicación,
esfuerzo o atención que se pone en las tareas a aprender; en cuanto
a la rapidez por transferir lo aprendido de un área a otra o a la
cantidad de repeticiones necesarias para consolidar o retener un aprendizaje...
por citar sólo algunas de las dimensiones en las que aparecen tales
diferencias.
Tradicionalmente la escuela ha enfatizado algunas de estas diferencias,
en especial la capacidad para aprender, y ha prestado muchísima
menos atención a las diferencias de motivaciones e intereses, olvidando
la interdependencia de los tres factores en los procesos de enseñanza
y aprendizaje. Evidentemente es un hecho que los alumnos se diferencian
progresivamente en cuanto a su capacidad para aprender. Las diferencias
individuales en este sentido son considerables y frecuentes en esta etapa,
pero también es cierto que existen amplios márgenes de tiempo
para que se adquieran determinados aprendizajes.
También varían los niños y niñas en cuanto
a su motivación e interés por aprender, un complejo
proceso que condiciona en buena medida la capacidad de aprendizaje. Lo
importante a resaltar es que esta motivación depende en gran medida
de que las tareas que se les propongan sean atractivas y novedosas,
que estén “ajustadas” a sus posibilidades -ni muy fáciles
ni muy difíciles-, y que sirvan para reforzar poco a poco su autoestima.
En definitiva, factores todos ellos dependientes de la acción educativa
y controlables por el profesorado, que, por supuesto, debe acompañar
el trabajo de los niños y niñas con la atención y
el refuerzo social que todos le van a solicitar.
En definitiva, los niños poseen unos atributos que los diferencian
de sus iguales y que, con vistas al aprendizaje, lo individualizan
de los otros, ya que a su vez este aprendizaje se produce en cada niño
de forma singular, en función de las interacciones particulares
que establece con el entorno, los adultos y sus iguales. No cabe duda
de que tales diferencias hacen difícil la tarea de enseñar,
pues no es fácil alcanzar el equilibrio entro lo que debe ser igual
para todos los alumnos (en términos de experiencias y contenidos
de aprendizaje), para evitar discriminaciones de cualquier tipo, y lo
que debe ser individual y diferente para cada cual (de acuerdo con sus
particulares capacidades, intereses o motivaciones).
Pero, afortunadamente, los niños también poseen unos
atributos que los asemejan a sus iguales (la regularidad en el desarrollo
de las capacidades básicas y las leyes que rigen su aprendizaje
y, por tanto, su desarrollo; los mismos usos, costumbres y tradiciones
sociales...). Estas características comunes ofrecen al educador
un marco general e indispensable para desarrollar una programación
razonablemente común para todo el grupo (qué, cómo
y cuándo enseñar y evaluar) y hacer factible, en último
término, el proceso de enseñanza y aprendizaje del alumnado.
Así pues, se puede concluir que niños y niñas aparentemente
iguales en edad cronológica, nivel de desarrollo y situación
socio-familiar, tienen características individuales que los diferencian.
En una misma situación educativa participarán según
sus peculiaridades. Este hecho debe llevar al profesor a mostrarse atento
a las indicaciones del niño, “adaptándose” a sus capacidades,
preferencias y motivaciones, y a planificar las adaptaciones más
adecuadas para cada uno, partiendo de la programación que previamente
ha establecido, en función de las características comunes
de sus alumnos.
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